martes, 6 de septiembre de 2011

Tres formas de proyectar


En el libro Un Curso de Milagros encontramos muchas veces, repetida de diferentes maneras, la idea de que en realidad “nunca estamos enojados por la razón que creemos”.
Sin embargo, cada vez que nos enojamos “sabemos” con absoluta claridad con quién estamos enojados y exactamente por qué motivo.

Esta aparente confusión se aclara cuando comprendemos el mecanismo de la proyección:
Lo que nos enoja de cierta actitud de alguien o lo que nos molesta de una determinada situación que nos toca enfrentar, es que nos muestran, tal como si fueran un espejo, un rasgo o un conflicto que en realidad son nuestros, que forman parte de nuestro mundo interior.
La situación o la persona que nos enojan, recrean frente a nosotros una característica propia, de nuestra personalidad. Pero no una característica cualquiera, sino una con la que no estamos conformes, que nos resulta especialmente desagradable y a la que combatimos en nosotros mismos.

Pero aún si sabemos de antemano cómo funciona el mecanismo de la proyección, cuando realmente nos enojamos, cuando nos sentimos profundamente afectados por una persona o por una situación, nos resulta muy difícil aceptar esta explicación y tendemos a “olvidarla”. Inclusive si en esos momentos alguien nos la recuerda, tal vez nos sintamos inclinados a creer que no se aplica a esa situación en particular, que estamos frente a algo así como una excepción.

La interpretación de cuál es la verdadera causa del dolor que experimentamos durante un conflicto, es una tarea exclusivamente personal. A veces otras personas (un terapeuta, por ejemplo) pueden ayudarnos con una interpretación acertada, pero esa ayuda nos será de utilidad sólo si nos conduce a una comprensión personal acerca de la verdadera causa de nuestro malestar. Con esta salvedad y sólo como una guía muy general para tratar de interpretar correctamente qué rasgo nuestro nos está mostrando una determinada situación externa, te propongo una sencilla clasificación. Se trata de tres formas muy frecuentes que adopta el mecanismo de la proyección para “ocultarnos” alguna característica nuestra que aún no hemos podido aceptar:

1) Con frecuencia encontramos especialmente desagradables algunos rasgos de la personalidad de otras personas que también podemos observar en nosotros. Por ejemplo, si somos impuntuales y esa es una característica nuestra que nos disgusta o nos avergüenza, tal vez también nos moleste mucho ver ese “defecto” en los demás.

2) A veces las características de otras personas que nos disgustan exageradamente no son rasgos de nuestra personalidad. De hecho, nunca y bajo ninguna circunstancia nos permitiríamos actuar de esa manera “tan desagradable”. Bien, probablemente sí se trate de una característica nuestra, pero de una que hemos reprimido, tal vez como estrategia defensiva durante el proceso de educación, si nos resultó muy estricto. Por ejemplo, los padres de hoy que se enojan por lo desordenados que son sus hijos adolescentes, educados en un entorno más tolerante. Sin lugar a dudas hay rasgos de la personalidad que efectivamente son valiosos y que ciertamente es conveniente tener. Así, es preferible que seamos ordenados, responsables, honestos o generosos, antes que desordenados, irresponsables, deshonestos o egoístas. Pero sólo si hemos podido desarrollar una determinada cualidad, a lo largo de un proceso de maduración o crecimiento, podemos realmente considerarla nuestra y ser indiferentes a lo que hagan los demás. No si la adoptamos por temor.

3) Por último, solemos ser especialmente susceptibles a ciertas formas de trato desconsiderado o de maltrato. En estos casos es muy probable que estemos siendo tratados exactamente de la misma manera en que nos tratamos habitualmente a nosotros mismos. Y lo que el enojo que sentimos hacia el otro pretende ocultar es el profundo malestar que nos causa la falta de una relación sana y amorosa con nosotros mismos.

Finalmente, para terminar este artículo con una visión positiva y optimista (y para hacernos justicia…!!!), también es cierto que lo que vemos de bueno y de agradable en “el exterior”, es decir, en las situaciones que nos toca vivir y en nuestras relaciones con los demás, lo bueno y lo agradable que vemos cada día, eso también es un fiel reflejo de nuestro mundo interior. Y en la medida en que vayamos conociéndonos, aceptándonos y queriéndonos más y más profundamente, así también irá mejorando nuestra interpretación de la realidad.

El momento presente


El momento presente, ese único instante en el que todas las cosas suceden, encierra un verdadero tesoro de plenitud, alegría y paz que tal vez sólo hemos experimentado en algunas circunstancias excepcionales.

El constante flujo de nuestros pensamientos, ese incesante diálogo interno que ocupa siempre nuestra atención, nos separa de la única (y maravillosa!) experiencia real: vivir plenamente el momento presente.

Experimentar conscientemente cada sensación de nuestro cuerpo, de nuestros sentidos, interrumpe (aunque sea brevemente) ese diálogo interno que es la desgastante actividad del ego.

Cualquier acción puede realizarse con la atención puesta en el cuerpo, en los movimientos que realizamos, en la respiración y en la gran cantidad de información que recibimos a través de los sentidos y que, normalmente, pasamos por alto por considerarla intrascendente, irrelevante…

Al caminar, por ejemplo, podemos concentrarnos en nuestros movimientos, realizándolos de manera “deliberada”, tal vez con cierta lentitud, de forma tal que no haya nada que sea “automático”, atentos a nuestra respiración y a cada sensación o impresión de nuestros sentidos. La vista, por ejemplo, nos entrega muchísima información.

Este instante, el momento presente, es el único que tiene existencia real. El pasado y el futuro son conceptos abstractos que no pueden experimentarse.

A todos los efectos prácticos hay un solo lugar importante en todo el Universo y un único momento de interés en toda la Eternidad: Aquí y Ahora

Instrucciones para sentirse bien

Julio Cortázar, en su libro “Historias de Cronopios y de Famas”, propone una serie de Instrucciones muy originales (y completamente innecesarias!) para llevar a cabo correctamente ciertas actividades que todos ya sabemos hacer, como subir una escalera, dar cuerda a un reloj o llorar. Releyéndolo, se me ocurrió escribir estas sencillas instrucciones:

Instrucciones para sentirse bien

Serénese, aquiétese, relájese. Sonría levemente. Experimente asombro por estar vivo, por sentir, por pensar…

Mire, toque, escuche, asómbrese más y más. Respire ese aire de composición perfecta, que tanto necesita y que nunca le faltó. Mantenga encendida la gratitud alimentándola con esos incontables milagros cotidianos.
Recuerde: corrió por una playa, le regalaron un cachorro, recibió un primer beso. Piense en sus amigos, en sus amores, en sus mascotas. Piense en sus padres y en sus hijos…

Ahora no piense más.

Bien, esa es la emoción. Experimente esa serena alegría, reténgala, recuérdela. Mientras permanezca en ese estado el Universo celebrará con usted colmándolo de bendiciones.

El desafío es conservar la felicidad aún sin cachorro, sin besos y sin playa: ante todo descarte inmediatamente el dolor por lo que pasó y la preocupación por lo que vendrá. Y luego, para que nunca le falte, comparta su felicidad generosamente con todos los demás.


Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquier otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.

Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón.

Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie.)

Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimiento hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.

de “Historias de Cronopios y de Famas”

Acerca de la aprobación, por Louise L. Hay.


Casi toda nuestra programación, tanto negativa como positiva, es algo que aceptamos en la época en que teníamos tres años. A partir de entonces, nuestras experiencias se basan en lo que en aquel momento aceptábamos y creíamos de nosotros mismos y de la vida. La forma en que nos trataban cuando éramos muy pequeños es habitualmente la forma en que ahora nos tratamos. La persona a quien usted está riñendo es un niño de tres años que lleva dentro.

Si es usted una de esas personas que se encolerizan consigo mismas porque son temerosas y pusilánimes, piense que tiene tres años. Si tuviera delante a un niño de tres años que tuviera miedo, ¿qué haría? ¿Se enfadaría con él, o le tendería los brazos y lo consolaría hasta que se sintiera cómodo y seguro? Quizá los adultos que lo rodeaban cuando usted era pequeño no hayan sabido cómo consolarlo entonces. Ahora usted es el adulto en su vida, y si no sabe consolar a la criatura que lleva dentro, realmente es algo muy triste.

Lo que se hizo en el pasado está hecho; lo pasado, pasado. Pero este momento es el presente, y ahora usted tiene la oportunidad de tratarse como desea que lo traten. Un niño asustado necesita que lo consuelen, no que lo reprendan. Si usted se reprende, se asustará más, y no encontrará a quién volverse. Cuando el niño de dentro se siente inseguro, crea muchísimos problemas.
¿Recuerda cómo se sentía cuando lo humillaban de pequeño? Pues de la misma manera se siente ahora ese niño que lleva dentro.

Sea bondadoso consigo mismo. Empiece a amarse y a demostrarse aprobación. Es todo lo que necesita para expresar al máximo sus potencialidades.

de “Usted puede sanar su vida”

viernes, 2 de septiembre de 2011

Aprende a decir que no


Parece ser que en nuestra infancia alguien omitió deliberadamente enseñarnos a decir que no. Aunque parece ser un problema generalizado en nuestra cultura, las mujeres somos especialmente propensas a padecer este mal. Hemos sido educadas para ser buenas y agradar a los demás y, por lo visto, algunas nos lo hemos creído. Por eso estamos tan dispuestas a sacrificar nuestro tiempo para atender las necesidades ajenas. 

¿Por qué nos cuesta decir que no? Son varias la razones: la búsqueda de aprobación, la preocupación por ayudar a los demás a la espera de que éstos hagan lo propio con nosotras en el futuro, la evitación de las situaciones de confrontación, etc. No saber decir que no supone entrar en un círculo vicioso del que resulta difícil escapar. Cada vez nos comprometemos a hacer más cosas: en el trabajo, en casa, en nuestro círculo de amistades... y ello nos provoca un grado de estrés innecesario. ¿Podremos mantener todas las promesas que hemos hecho? ¿hasta cuándo vamos a poder sostener este ritmo? La próxima vez que alguien te pida que te olvides de tus prioridades, valora el coste que esto tendrá en tu tiempo, tus proyectos e intereses personales. La mejor manera de aprender a decir "no" es empezar a practicarlo. Te proponemos que, durante una semana, digas que no a cualquier oferta o petición que no te interese. Luego, comprueba cómo te sientes y qué ha pasado. ¿Te han abandonado tus amigos? ¿Te ha dejado tu pareja? No olvides que para conseguir tus objetivos es muy importante decir "no" de forma asertiva, respetando los sentimientos y las opiniones de los demás. Una buena manera es empezar a practicar la técnica de la autoafirmación "en bocadillo" (*), intercalando lo que tenemos que decir entre dos rebanadas de aserción. Por ejemplo: "Te agradezco que me hagas esta oferta, pero ahora no puedo asumir más compromisos de los que tengo; en el futuro estaré encantada de poder colaborar con vosotros"

  Si eres nueva en el entreno de la asertividad, ensaya en situaciones de bajo riesgo en las que estás perfectamente convencida de tu derecho a decir que "no". Así irás cogiendo la confianza necesaria para ejercitar este derecho en situaciones más difíciles. Otra forma de practicar el "no" consiste en anotar todos los compromisos que vamos acumulando en una lista. Llegará un momento en que la lista será tan larga que no tendrás más remedio que decir que no a las nuevas peticiones. Quizá no somos conscientes de ello, pero en realidad estamos diciendo "no" a muchas cosas a lo largo del día: si decidimos quedarnos trabajando en la oficina hasta la noche, estamos diciendo "no" a la familia o a nuestro descanso. Detrás de cada elección hay una renuncia. 

Recuerda: tienes el derecho asertivo a decir "no" y a no sentirte culpable por ello.