viernes, 22 de abril de 2011

La muerte: Un amanecer


No hay que temer a la muerte; la muerte no existe, es solo una transición",  solía afirmar Elisabeth Kubler-Ross, una mujer que fue considerada por el Times como una de los 100 pensadores más importantes de nuestro siglo. Fue pionera en el movimiento de cuidados paliativos y del estudio de la muerte. Fue una de las voces que desde el mundo científico defendió con más vehemencia la idea de que la conciencia sobrevive al fin del cuerpo.

Nació en 1926 en Zurich (Suiza) y en 1957 se graduó en Medicina en la universidad de Zurich. Siendo estudiante de medicina visitó algunos de los campos de exterminio nazi tras la guerra. Elisabeth se sorprendió de que en las paredes de los barracones donde los judíos esperaban su muerte inminente, los más pequeños, tan jóvenes que ni tan siquiera poseían creencias religiosas, habían dejado plasmados sus sentimientos con respecto a los que les aguardaba. Y lo que más impactó a la joven psiquiatra es que, de una manera natural e instintiva, aquellos niños consideraban la muerte no como un final, sino como un proceso de cambio, una mutación de estado. Como carecían de conceptos para expresar tales sentimientos, aquellos niños lo plasmaron en dibujos de orugas que se transformaban en mariposas. Esos dibujos infantiles tocaron profundamente a Kubler-Ross, quien a partir de entonces se dedicó en cuerpo y alma a crear una nueva cultura sobre la muerte. 

El símbolo de la mariposa se convirtió en un emblema de su trabajo, porque para Kubler-Ross la muerte era un renacimiento a un estado de vida superior. Los niños -afirmaba- lo saben intuitivamente; si no les contagiamos nuestros miedos y nuestro dolor, ellos tienen la capacidad de enseñarnos muchas cosas.

Llegó a los Estados Unidos en el año 1958. Comenzó allí su trabajo en un hospital de Nueva York donde se sintió horrorizada por el trato que se daba en los hospitales a los moribundos: “Se les aislaba, se abusaba de ellos; nadie era honesto con ellos”. Se convirtió en una voz crítica, que clamaba porque el paciente recuperase su intimidad y se le permitiese morir no entre los fríos muros de un hospital, sino en su casa, rodeado de sus seres queridos y permitiéndole despedirse en paz. 

A diferencia de sus colegas y en contra de las pautas habituales de la época, decidió sentarse cerca de sus enfermos, dedicarles tiempo, atención y escucharles mientras ellos le abrían su corazón: “Mi objetivo era romper con la barrera de negación profesional que prohibía a los pacientes expresar sus más íntimas preocupaciones acerca de la propia muerte”

Mucho fue lo que ella aprendió de esta experiencia: vio que los niños dejaban este mundo confiados y serenos; observo que algunos adultos partían, después de superar la negación y el miedo, sintiéndose liberados, mientras que otros se aferraban a la vida sólo porque aún les quedaba una tarea que concluir, pero todos hallaban consuelo en la expresión de sus sentimientos y en el amor incondicional de quienes les prestaban atención. La gente no tiene miedo a morir, la gente tiene miedo a morir en una unidad de cuidados intensivos, alejados del alimento espiritual que da una mano amorosa, separados de la posibilidad de experimentar las cosas que hacen que la vida valga la pena. 

Empezó impartiendo seminarios en los que participaban enfermos terminales que hablaban al público acerca de su situación y cómo la atravesaban. En 1968 estos seminarios se convirtieron en cursos acreditados. Hoy los estudios sobre la muerte y el morir forman parte de la formación de los estudiantes de medicina de muchos países. 


Su primer libro “Sobre la muerte y los moribundos” publicado en 1969 hizo de Kubler Ross una autora conocida internacionalmente. En el explicaba sus experiencias con más de 500 enfermos al final de la vida. Este libro fue un best seller y una revolución en su momento porqué era una llamada a la humanización, al trato con los enfermos en esta última etapa de la vida, una invitación al diálogo honesto y franco acerca de sus preocupaciones, y un signo de esperanza de que esta etapa puede tener un significado de esperanza y plenitud si se afronta sin dolor físico, con conciencia y acompañado de los seres queridos, todo ello con la ayuda de profesionales sensibles, honestos y preparados.
"Cuando se está junto a su cama y se les escucha de verdad -afirmaba- percibes que ellos saben que la muerte está próxima. Cuando el enfermo nos dice que sabe que va a morir, debemos aceptar su declaración sin contradecirla". Según Kubler-Ross, la comunicación, aunque el enfermo no pueda hablar, es continua; si prestamos atención, él nos dirá lo que necesita. Estas son las cuatro funciones que Kubler-Ross pide a los que acompañan a un moribundo: escucha verdadera y sin juicios, aceptación, permanecer a su lado y comunicación. 

Elisabeth ayudó a muchos familiares a encajar su pérdida, a saber cómo enfrentarse a la muerte de un ser querido, les explicó cómo apoyar al moribundo, lo que debía hacerse en esos difíciles momentos y lo que debía evitarse. Bajo su tutela se crearon fundaciones y movimientos ciudadanos que reclamaban el derecho a una muerte digna. Y comenzaron a publicarse libros, gracias a los cuales miles de familias recibieron consuelo. Todo el dinero que ganaba gracias a ellos lo invertía en orfanatos y proyectos asistenciales, jamás en sí misma. Infatigable, estuvo junto al lecho de muerte de cientos de pacientes, ayudándoles a enfrentarse a su situación, a aceptarla, a comprenderla, y en definitiva a morir con esperanza. Ella fue la primera psiquiatra que describió las fases de la muerte: pánico, negación, depresión, pacto y aceptación, que se convirtieron en un clásico de la psiquiatría.

En 1970 Kubler-Ross empezó a explorar la posibilidad de la existencia de vida después de la muerte. La Universidad de Chicago cuestionó su trabajo y la despidió. A partir de entonces decidió dedicarse a la práctica privada dando conferencias, escribiendo y promocionando servicios de atención a personas en duelo y enfermas. Diseñó un curso /taller llamado “Vida Muerte y Transición” para personas que estaban afrontando todo tipo de pérdida. El símbolo que utilizó para estos cursos fue una mariposa ahora popularizada como icono de la muerte y la transición. Estos talleres llevan ofreciéndose desde hace más de 30 años en todo el mundo.

En 1975 Elizabeth publicó entrevistas y testimonios de personas que habían vivido experiencias en el límite y habían regresado. En estas experiencias, hoy muy conocidas y estudiadas, la gente habla de la muerte como una experiencia maravillosa y del reencuentro con personas amadas que han muerto antes. “No sólo creo que hay una vida después de la muerte, sino que lo sé, tenemos datos suficientes verificables y es importante compartir este conocimiento con la gente”. 

Su trabajo sobre el más allá supuso un alejamiento de muchos estamentos médicos que habían valorado su trabajo como pionera del movimiento de paliativos. Pero jamás le importaron las opiniones ajenas y a pesar del escepticismo y del rechazo de muchos de sus colegas, siguió adelante con su trabajo, ya que después de entrevistar a miles de personas en trance de muerte, no tenía dudas acerca de la supervivencia del alma. 

Elisabeth Kubler-Ross dedicó muchos años a dar conferencias por el mundo y escribió más de 20 libros sobre la muerte y la vida incluyendo: Vivir hasta despedirnos, Los niños y la muerte, SIDA el último desafío, La muerte: un amanecer, y su autobiografía, La rueda de la vida

En su último libro, “Lecciones de vida” escribió acerca de los misterios de la vida y los vivos: “Quise, finalmente, escribir acerca de la vida y el vivir". Y nos invita a reflexionar acerca de nuestra propia vida: ¿Realmente es así como quiero vivir mi vida? Todos nos hemos hecho esta pregunta en algún momento. La tragedia no es que la vida sea corta, sino que a menudo solo tenemos una tardía percepción de lo que realmente importa.

Sus libros han sido traducidos a más de 25 idiomas. Fue merecedora de 28 doctorados Honoris Causa.

Se enfrentó a su propia muerte con la valentía que había afrontado la de los demás y con el coraje que aprendió de los más pequeños. Los últimos años sufrió varios infartos y sabía que su tiempo había concluido. A los 78 años falleció - hizo su transición - (como a ella le gustaba llamar al proceso de la muerte) rodeada de sus seres queridos. Su funeral fue distinto y muy emotivo. Asistieron fundadores de unidades de cuidados paliativos, de centros de duelo, centros para niños, programas para víctimas de abusos... En el entierro un rabí pronunció el responso, una india americana purificó a Elisabeth con humo para su viaje y un monje tibetano cantó textos del libro tibetano de los muertos... Se soltaron centenares de mariposas que se posaron sobre las personas presentes, y globos de ET - uno de sus personajes favoritos - con “Bienvenida EKR” escrito. Finalmente se esparcieron pétalos de rosas sobre su ataúd antes de depositarlo en la tierra. 


Solía decir "Hazlo! No atreverte puede ser mucho más dañino que atreverte y equivocarte... Esto último al menos les da a los demás algo que perdonar, lo primero no les da nada"
Su coraje, su sentido del humor, su falta de miedo a la muerte y su capacidad para transmitir sus ideas, son un ejemplo a seguir. 

Nos dejó, impreso en sus libros, un gran mensaje de amor. 



The Elisabeth Kübler-Ross Foundation continua su labor. www.elisabethkublerross.com

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